Vivimos un tiempo social que nos exige
cada día jugar un envite en el borde de lo correcto y parece que lo que no se
aproxima al conflicto pierde todo interés, gracias a unos medios y unas modas
que imponen la tendencia a sobrepasar la última osadía, sin aceptar más normas
que lo políticamente correcto, por inestable que parezca. Puede que por eso,
casi todas las opiniones sobre la sonora bofetada se emplearan descalificando
al agresor, sin tener en cuenta la agresión previa, no por verbal menos cierta,
que originó tan deplorable respuesta. No hace falta recordar que el tildado de showman,
Chris Rock, buscaba las risas del público a costa de un problema de salud de
Jada, la esposa del Will, presente y, a todas luces, incómoda con ello.
Una llamada de atención para que
cesara el agravio hubiera otorgado al gracioso ventaja en el ejercicio de la mofa
y aplazar el arreglo esperando una reparación legal posterior, otra dosis de regocijo,
así que el ofendido halló la salida irracional capaz de invertir los términos
de la chanza. Una pulsión tan desagradable como eficaz, si se me perdona el
exceso. La calma que suele seguir a la tempestad perdonó al humorista el abuso
verbal y la falta de respeto hacia una mujer, porque lo de provocar la risa sin
ofender ya se sabe que es privilegio exclusivo de los grandes. Habrá que
reconocer al menos, a favor de Chris, la salida tan airosa del trance que nos hizo pensar en un guion previamente preparado.
Alguna vez dije que nos enseñan a
ser violentos. Los años de experiencia en patios de recreo ilustran detalles acerca
del comportamiento humano frente a los conflictos. Enseñar que no se debe tomar
la justicia por propia mano requiere comprometerse ofreciendo alternativas de reparación.
No se trata de canalizar la venganza, aunque lo parezca, sino de satisfacer al
agraviado con una respuesta justa que prevenga la doble ofensa de la impunidad.
Supongo que en algún momento de nuestra historia común fue necesario evitar que
se impusiera el más rápido o el más fuerte y se inventó la Ley para, entre
otras cosas, detener los abusos, reparar en lo posible los excesos y enfriar los
apasionamientos tan humanos como el de Will.
Mientras se confunda la libertad
de expresión con el libertinaje expresivo, el universo de la sensatez tendrá
que proteger a los estúpidos de las reacciones violentas, desproporcionadas e irracionales
de los -incluso razonablemente- ofendidos, porque ocasiones no han de faltar. Un
simple apellido que coincida con una acepción poco afortunada, será ocasión suficiente para que un memo demuestre
su escaso ingenio. No faltarán pirómanos de banderas ni profanadores de lo que otros
tengan por sagrado, lo que hace sospechar de un trastorno que necesita alimentarse provocando malestar en cualquier supuesta debilidad ajena. Por eso, sería de agradecer que alguien, de los sabios que legislan,
intentara encontrar el freno, por ahora imposible, a tanta estupidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario