Los años dedicados a la enseñanza
y la observación del comportamiento humano dejan algún poso de certeza, por
poco valor que se le otorgue a la experiencia o al interés por aprender con ella. Por eso, cuando se oye hablar de violencia en las calles, uno
recuerda también la de las aulas, en las que podía insinuarse una especie
infame, no siempre menor de edad, que compensaba su escasez de habilidades
imponiendo la dictadura de la fuerza bruta. Tarea de los responsables era
intervenir, evitando que los matones asumieran un método eficaz para sus fines
y los demás una forma cobarde de supervivencia. Cualquier ocasión enseña y peor
que no enseñar, es hacerlo mal.