Tal vez no tenga otra razón que
la solidaridad compartida por propias experiencias, pero siento una cierta debilidad
por los perdedores a sabiendas de que los que triunfan ya tienen con ello suficiente premio como para merecer, además,
halagos. Por eso me arriesgo a ser incomprendido si manifiesto alguna compasión
por la persona del llamado “emérito”, término que, si no yerro en su origen
etimológico, parece una ironía. Superado ampliamente el año de su marcha
–todavía no está claro en qué términos- cunden rumores acerca de su deseo de regresar
sin que se sepa quién o qué lo impide.