El recurso al latinajo, una vez
superado el filtro de la prosa pedante, deja un rastro claro sobre algo tan
desprestigiado hoy como la edad o la experiencia, de las que conviene presumir
lo justo aunque no se oculten. Efectivamente, estudié un bachiller que incluía dos
años de latín como asignatura fundamental, insuficientes para dominar una
lengua muerta, pero decisivos para entender un poco mejor la que compartimos
cerca de 500 millones de hablantes. Si además se tiene la fortuna de aprender ambas
con la misma persona, resulta a veces un sólido ensamblaje que da estructura a
la comunicación y el pensamiento para los restos.