De aquellas clases recuerdo al
profesor sabio, también paciente a veces, arrojando con decisión la frase latina
al incauto que pillaba en un despiste, cosa frecuente si se tiene en cuenta el
interés que una criatura normal puede sentir a los 13 años por las cuitas de
Tito Livio, a pesar de que hoy las evoquemos con impostada devoción. Conseguido
el cénit de nuestra atención, se dejaba invadir luego por la calma recordándonos
al jefe galo que, tras ser vencido por los romanos, se reconocía huérfano de cualquier
tipo de clemencia por parte del vencedor y asumía la triste evidencia de sobrevivir
a la derrota y la humillación posterior.
Hace unos días pude volver a
recordar la frase y la situación al conocer la caída de la líder andaluza el 21
de mayo, tras presentarse con toda deportividad a unas difíciles primarias en
las que confió todo a su ascendencia con unas bases que apenas hace tres años
se daban codazos para compartir en las redes sociales una foto con ella, le rendían
pleitesía y le hicieron creer que podía conjurar una sentencia que se había dictado
de lejos. Precavida, silenció en cuanto pudo sus razonables temores sobre el
fuego amigo con la esperanza de poder repetir una jugada que antes había salido
bien al enemigo. Pero las cosas del azar no se someten a reglas, así que erró y
ofreció deportivamente una colaboración en pos de la salida digna que le proporcionara,
con la mayor dignidad posible, un cambio suave para minimizar, al menos, la
humillación de la derrota.
De poco sirvió ponerse de lado,
callar y esperar que el tiempo cicatrizara heridas. El vencedor siempre es
insaciable y ofrece con generosidad opciones hacia diversas formas de invisibilidad.
No es suficiente la prudente promesa de renunciar a renovar el cargo, porque ya
está de más en él y la impaciencia del ganador exige garantías para que el
descanso estival no deje amenazas pendientes para el otoño. El silencio que
antes fue prudencia no se admite hoy si alberga la menor sospecha de deslealtad
porque nadie que vence deja enemigos a la espalda.
Ay de los vencidos..! Hoy
entiendo la renuncia, ya lejana, de aquel amigo que desoyó los cantos de sirena
y atado al palo mayor, como Odiseo, declinó la tentación de navegar en las
promesas espumosas de la representación pública que le ofrecían singladuras en
las que buscar oportunidades sin miedo a corsarios ni a zozobras. No es momento
de negar el reconocimiento a los (y las) valientes que lo intentan, incluso a
costa de doblegar algunos principios, sin olvidar a cuantos lo hacen con
exclusivo afán de servicio. Tampoco hay por eso que renunciar a la parte
crítica a la que cada cual tiene derecho.
Hoy, por ejemplo, para sentir que
la sultana de Sevilla, con la que no creo haber tenido demasiadas afinidades,
ha sido - lo merezca o no y a pesar del comodín feminista – víctima de la implacable
voracidad de un aparato que la fagocita. Por ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario