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viernes, diciembre 13, 2019

El patito feo

Reconociéndonos diferentes, y alguna vez exclusivos, a todos tranquiliza ser y sentirse iguales a los que están cerca. Es de suponer que el deseo de igualdad se refiera a la parte deseable, que nadie quiere parecerse en desgracia ni desvalimiento. Cuando estas líneas lleguen a los ojos de un lector, tal vez sigan iluminados por el doble efecto de los destellos que nos anuncian las fiestas navideñas, uno que nos atrae como polillas hacia la luz, igualándonos en ilusiones y buenos deseos, y otro que deslumbra y hace invisibles tantas diferencias y exclusiones, logrando con ello un efecto sedante. 

Me recordaba hace días un amigo su pesar infantil – porque entonces no se decía trauma- al tener que asistir a la escuela de parvulitos vestido con un baby que su madre le había hecho con todo el primor del mundo, pero con la mínima diferencia de que era beige en lugar del blanco que lucían todos los demás niños. Había que aprovechar la tela de un guardapolvos del hermano mayor –que aquello sí era una crisis permanente- de manera que la fila diaria añadía argumentos a su escasa afición por la escuela, a la vez que le hizo entender el cuento del patito feo sin necesidad de que se lo contaran.