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viernes, junio 15, 2018

Levanto el dedo

Con el respeto debido, pero sin tregua, necesito hacerle una petición, señor presidente. Han pasado cuatro meses desde que tuve el atrevimiento –que a eso no le llamo valor, puesto que lo hacía con mínimas posibilidades de que llegara al destinatario- de dirigirme a quien le precedía en su actual cargo y carga. Visto el caso que se me hizo y consciente de que esta petición tendrá parecido destino (mas, por si acaso) renuevo el brindis al sol y me dirijo a usted, uniéndome al coro de impacientes que desde el primer día preguntan por lo suyo.

En el mes de febrero titulaba mi columnilla “sin esperanza” y en ella ofrecía a su antecesor la oportunidad de convertir en gesta patriótica una inevitable descomposición que se adivinaba gravitando hacia el desastre. Las consecuencias de no escucharme, dispense la inmodestia, no se han hecho esperar.  De nuevo, echo mano del comodín de la osadía para salir este mes con un título que, al menos, pretende. Algo han cambiado las cosas desde entonces, a usted qué le voy a contar, porque nadie esperaba semejante discurrir de los acontecimientos. Tanto es así que, sorprendidos por la rotura del circuito inerte de la frustración, más de uno está pidiendo sus tres deseos a la lámpara maravillosa antes de que el nuevo día lo devuelva a la cruda realidad de hace semanas.