Con el respeto debido, pero sin tregua, necesito hacerle una petición, señor presidente. Han pasado cuatro meses desde que tuve el atrevimiento –que a eso no le llamo valor, puesto que lo hacía con mínimas posibilidades de que llegara al destinatario- de dirigirme a quien le precedía en su actual cargo y carga. Visto el caso que se me hizo y consciente de que esta petición tendrá parecido destino (mas, por si acaso) renuevo el brindis al sol y me dirijo a usted, uniéndome al coro de impacientes que desde el primer día preguntan por lo suyo.
En el mes de febrero titulaba mi columnilla “sin esperanza” y en ella ofrecía a su antecesor la oportunidad de convertir en gesta patriótica una inevitable descomposición que se adivinaba gravitando hacia el desastre. Las consecuencias de no escucharme, dispense la inmodestia, no se han hecho esperar. De nuevo, echo mano del comodín de la osadía para salir este mes con un título que, al menos, pretende. Algo han cambiado las cosas desde entonces, a usted qué le voy a contar, porque nadie esperaba semejante discurrir de los acontecimientos. Tanto es así que, sorprendidos por la rotura del circuito inerte de la frustración, más de uno está pidiendo sus tres deseos a la lámpara maravillosa antes de que el nuevo día lo devuelva a la cruda realidad de hace semanas.
Por mi parte, levanto el dedo –índice, por supuesto- para hacer una petición sin plazos, sin puntos de partida y sin exigencias previas. Para facilitar las cosas, renuncio a los otros dos deseos a cambio de los cien días de cortesía, tal es la urgencia irreversible que me apremia y en previsión de que se le gasten los poderes. Me dirá, en el improbable caso de leer esto, que tiene cuarenta y siete millones de peticiones y consejos, que todavía no me toca. También entiendo que hay una aritmética parlamentaria dispuesta a ahogar ilusiones y proyectos, así que simplifico para elegir algo posible y prioritario.
Le pido solamente que no nos decepcione. No, porque hay mucha gente que recuperó la esperanza en un sistema que puede dar el cambio, incluso por encima de nuestras expectativas. Porque necesitamos recuperar el orgullo de estar embarcados en una empresa común, como exhiben otros países vecinos. Porque no queremos seguir pensando que la política sea algo distinto al desempeño noble de un servicio a todos. Porque se ha desinflado el globo de la ilusión más veces de la cuenta y tal vez sea ésta la última oportunidad para algunos; así que, si vienen mal dadas, que llegue la dignidad adonde no lleguen los números.
Aplace los pronósticos agoreros que ya anticipan en los medios un par de cosas para que su envite haya merecido la pena y comience dando argumentos a los que seguimos creyendo en la posibilidad de cambiar el aire cuando se hace irrespirable, de discrepar en noble dialéctica y de estar dispuestos a escribir páginas de nuestra historia en ausencia de desgarros tan inútiles como dolorosos.
Como no se habrá levantado un dedo por algo más fácil, déjeme ser un ingenuo y ponga mi petición encima de todas. No nos decepcione.
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