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miércoles, noviembre 13, 2019

Palabras para Julia

La última etapa laboral, que con frecuencia se vuelve una tediosa cuenta atrás, fue para mí una agradable experiencia hasta el punto de sentir alguna vez que me pagaban por algo que debí pagar. Con el pudor de reconocerme privilegiado, viví este tiempo desde el entusiasmo de nuevos aprendizajes e inesperadas oportunidades. Una de ellas fue la de conocer a personas como Julia, nombre que copié para el título, de un poema de José Agustín Goytisolo, como si también este cuento hubiera sido escrito pensando en ella.  

Érase una vez  una madre trabajadora, joven y valiente como son las madres, que llevaba  a su niño a la escuela y parecía un modelo de mujer feliz. Enamorada incluso después de que su familia lograra abrirle los ojos para que viera una evidencia a la que los cerraba obstinada: el amor de sus últimos años, el padre de su hijo y de su pequeña recién nacida, llevaba una doble vida que ella se negaba a reconocer, porque le parecía imposible, hasta que pudo verlo incluso con los ojos cerrados. De no haber sido por una cosa, hubiera sido por otra, de manera que se quedó sola, joven y rota. Por razones que no vienen al caso, me tocó intervenir cuando Julia se debatía con los desvelos de cualquier mamá de escolares: las carreras de cada mañana, la ayuda en las tareas de cada tarde, la bebé, el trabajo, la casa, las noches, las fiebres, las vacunas y la costosa separación de sus retoños cuando empezaron a pasar los fines de semana con el padre y la persona que los había separado de él.