Por si fuera poco una pandemia, hay
que añadir la confusión provocada por el exceso de ruido que aturde y se diluye
en un inquietante silencio ante tantas preguntas. Aplazo de momento la de una escandalosa
historia de cifras inciertas tras ocho meses y trato en vano de salir del bucle
planteando nuevos interrogantes que no sé si tendrán respuesta. Hace unos días se
escuchaba en las ondas el clamor desesperado de un jefe de servicio de inmunología
que insistía en el más eficaz remedio, por ahora, para evitar los contagios. Mil
veces repetido, lo nombraba como la regla de las tres emes, o sea, mascarillas,
metros y manos. Tan fácil de aprender, como difícil de llevar a la práctica,
según parece.