La experiencia en el uso de las mascarillas
da para un tratado sobre la conducta humana y sus diversas actitudes. Por la
razón que sea, hay quien no la usa y da la cara para arriesgar su salud y la de
todos, mientras otros hacen de ella una prenda de alta costura, con vertiginosa
proliferación de diseños propios de pasarela: banderas, dibujos, flores, lemas
o firmas. Buena ocasión para lucir modelito con logo y letras bordadas, aunque
la homologación sanitaria disfrute de una dudosa suposición, como primer e
imprescindible requisito. Proliferan los adictos al top-les, sin dar importancia al
hecho de que la nariz pueda ser un importante foco de transmisión. Una mina de
muestras para quienes hacen las PCRs que se exhibe sin pudor y sin vergüenza, a
pesar del chiste que la compara con otro apéndice. Nada se puede contra el afán
por traspasar límites, inherente al ser humano, como demuestra la bula a que se
acoge cualquiera que se sienta en una terraza de bar, encienda un cigarrillo o
se ponga a correr.
La regla de los metros, el distanciamiento
social, requeriría ojos que no midan a conveniencia o sensores, como los que
llevan los coches para aparcar, porque terminamos chocando con el paraguas en
día de lluvia: vano intento es pretender
un metro, aunque la recomendación sea de dos. Dependiendo de con quién coincidas,
puedes convertir tu paseo en un concurso de saltos y de huidas o resignarte cruzando
los dedos, porque parece que lo que no se ve, no existe. O sea, un problema de
falta de fe, como corrobora la formación de corrillos, paradas en
intersecciones o la obstrucción de aceras y de pasos obligados.
Del lavado de manos cabe decir
que es una regla restringida a la intimidad personal y tal vez la más justa si,
como parece, castiga a quien no la cumple. Me preocupa, no obstante, casi más
que las anteriores, porque temo que la practique quien no debe y haya imitadores
de Pilato que hacen el gesto mientras piden a todos la responsabilidad que ellos
debieran estar ejerciendo. Y entonces aparece la pregunta ¿Hay alguien ahí, que
nos proteja y procure el mayor cumplimiento de estas reglas o cada uno debe hacerlo
frente a la amenaza silente de otros? ¿De verdad confían los gestores públicos
en que es suficiente la solicitud a la colaboración de todos o al sentido común?
Porque si con recomendaciones amables
se esperan resultados en asunto tan serio, está de más cualquier coerción empleada
ante la transgresión inocua de otra norma.
De no ser así, lo que sobran son las abluciones manuales, precisamente, por
parte de quienes deben mojarse hasta las cejas. Sobre todo, para que no paguen
justos por pecadores, una vez más.
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