UNO.- Se mueve cada noche, bajo
destellos anaranjados, evitando los deslumbramientos del parpadeo intermitente,
los tropiezos con bolsas oscuras y lo que alguien quiso guardar hasta ayer.
Alrededor, ruidos habituales además del humo del escape. Sube al estribo para
avanzar apenas unos metros y vuelve a repetirse el protocolo de golpes,
movimientos y fluir de deshechos. El olor ya no se nota ¿Es eso la fatiga
olfativa? Tendrá que ser. Hoy es por una pandemia, pero aquí siempre hay razones para
recelar algún peligro. En este oficio hay que estar inmunizado contra todo y al
final, uno se morirá cuando llegue su hora, porque no vas a pasarte la vida acariciando
temores. No puedes cambiar de guantes o mascarilla cada vez que agarras el
soporte para auparte al camión. Se desvía ahora un coche que los sigue y el
impecable aspecto de luciérnaga devuelve su atuendo a la sucia realidad de las polillas.
Lleva a cuestas el mismo miedo que tú, pero su aparente dureza no reconocerá,
aunque lo hayas visto desde tu balcón, que buscó el abrigo de los contenedores
para ocultar una lágrima fruto del temor al contagio, a la atronadora soledad
silenciosa o al futuro incierto. Volverá al amanecer y dormirá abrazado a sus
escasas certezas soñando con el mundo de antes, pero habrá dejado las calles un
poco más limpias.