DOS.- Aparta con devoción cada
tubo y cada cable, mientras pasa el lienzo aséptico por raros artilugios que
mantienen a la gente viva. Cuesta acostumbrarse al sobresalto rítmico y persistente,
al olor estéril y frío, a esa luz azulada que envuelve todo. Teme los pitidos
que ponen en marcha las prisas cuando prolifera un artefacto y adivina cruces
de miradas dudosas de los que entienden. Asume ser una pieza más para que todo
funcione en un ambiente limpio, sobreponiéndose a nervios, náuseas y penas, mientras
toma decisiones quien debe. Avanza entre cortinillas y velos, cerca de cuerpos
rendidos, conectados y ausentes. No sabe el tiempo que la acompañarán, unidos
en el dolor y en la duda de un espacio demasiado pequeño para tanta emoción e incertidumbre.
Con suerte no habrá que cerrar hoy ninguna historia en una bolsa definitiva y
mantendrán los nombres de la lista, así que será algo menor la pena desmedida que
la embarga. Llorará sola cuando se quite el traje de astronauta para volver a casa
con el mismo miedo a llevar algo a los suyos, pero la unidad estará limpia
cuando cambie el turno.
TRES.- No son todos, pero lo saben
todo y cómo hacerlo, así que sobra la obediencia a quienes les pagan, que somos
el resto. Si acaso, ensayan algún gesto cada cuatro años, siempre desde un pedestal
que resta o divide. Reconocibles, incluso evitando su exhibición obscena en los
medios, cuando aprovechan la maldita falta que nos hacen para insinuarse como necesarios.
Modelos de trabajo limpio y regresos apoteósicos. Nunca lloran, no necesitan
limpiar y no suman ni multiplican otra cosa que nuestros temores.
EPÍLOGO.- Tiempo de excesos y
demasías. Demasiados héroes y demasiadas deudas de incierto pago. Exceso de estupideces
y contrastes. Tan demasiadas emociones por gestionar que no sé si habrá tiempo para
tanto.
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