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sábado, junio 13, 2020

Trabajo sucio.

 


UNO.- Se mueve cada noche, bajo destellos anaranjados, evitando los deslumbramientos del parpadeo intermitente, los tropiezos con bolsas oscuras y lo que alguien quiso guardar hasta ayer. Alrededor, ruidos habituales además del humo del escape. Sube al estribo para avanzar apenas unos metros y vuelve a repetirse el protocolo de golpes, movimientos y fluir de deshechos. El olor ya no se nota ¿Es eso la fatiga olfativa? Tendrá que ser. Hoy es por una  pandemia, pero aquí siempre hay razones para recelar algún peligro. En este oficio hay que estar inmunizado contra todo y al final, uno se morirá cuando llegue su hora, porque no vas a pasarte la vida acariciando temores. No puedes cambiar de guantes o mascarilla cada vez que agarras el soporte para auparte al camión. Se desvía ahora un coche que los sigue y el impecable aspecto de luciérnaga devuelve su atuendo a la sucia realidad de las polillas. Lleva a cuestas el mismo miedo que tú, pero su aparente dureza no reconocerá, aunque lo hayas visto desde tu balcón, que buscó el abrigo de los contenedores para ocultar una lágrima fruto del temor al contagio, a la atronadora soledad silenciosa o al futuro incierto. Volverá al amanecer y dormirá abrazado a sus escasas certezas soñando con el mundo de antes, pero habrá dejado las calles un poco más limpias.

DOS.- Aparta con devoción cada tubo y cada cable, mientras pasa el lienzo aséptico por raros artilugios que mantienen a la gente viva. Cuesta acostumbrarse al sobresalto rítmico y persistente, al olor estéril y frío, a esa luz azulada que envuelve todo. Teme los pitidos que ponen en marcha las prisas cuando prolifera un artefacto y adivina cruces de miradas dudosas de los que entienden. Asume ser una pieza más para que todo funcione en un ambiente limpio, sobreponiéndose a nervios, náuseas y penas, mientras toma decisiones quien debe. Avanza entre cortinillas y velos, cerca de cuerpos rendidos, conectados y ausentes. No sabe el tiempo que la acompañarán, unidos en el dolor y en la duda de un espacio demasiado pequeño para tanta emoción e incertidumbre. Con suerte no habrá que cerrar hoy ninguna historia en una bolsa definitiva y mantendrán los nombres de la lista, así que será algo menor la pena desmedida que la embarga. Llorará sola cuando se quite el traje de astronauta para volver a casa con el mismo miedo a llevar algo a los suyos, pero la unidad estará limpia cuando cambie el turno.   

TRES.- No son todos, pero lo saben todo y cómo hacerlo, así que sobra la obediencia a quienes les pagan, que somos el resto. Si acaso, ensayan algún gesto cada cuatro años, siempre desde un pedestal que resta o divide. Reconocibles, incluso evitando su exhibición obscena en los medios, cuando aprovechan la maldita falta que nos hacen para insinuarse como necesarios. Modelos de trabajo limpio y regresos apoteósicos. Nunca lloran, no necesitan limpiar y no suman ni multiplican otra cosa que nuestros temores. 

EPÍLOGO.- Tiempo de excesos y demasías. Demasiados héroes y demasiadas deudas de incierto pago. Exceso de estupideces y contrastes. Tan demasiadas emociones por gestionar que no sé si habrá tiempo para tanto.

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