Hay palabras que se quedan varadas en las arenas de la memoria, como si uno renunciara a utilizarlas, consciente de que están allí, pero a las que considera superadas o propias de épocas lejanas. Tal ocurre con la palabra que intenta calificar a quien ama el solar en que ha nacido o donde tiene su espacio de convivencia, utilizando un adjetivo atribuible a todos con carácter general – como el valor en la mili – lo que quizás no sea más que una presunción. A mí esta palabra me recuerda los tiempos que describió como nadie D. Benito Pérez Galdós, devuelta por la marea cien años después de su desaparición, como el mensaje embotellado que encalla de forma inesperada en nuestras vidas.
Será este tiempo objeto de
análisis oportunos, pero desde el confinamiento territorial y emocional que me
envuelve, intento razonar y me atrevo a compartir opiniones. Creo que la salida
de esta crisis vendrá, cuando lo haga, por y desde la unidad de todos. Estoy
convencido de que hay un sentido común y colectivo que nos impone estar ahora
por encima de banderas, partidos y bandos, si es que somos capaces de respetar lo
respetable sin imponer nada, porque no está la cosa para grupos y mucho menos
para enfrentarlos. De forma extraña e inexplicable, hemos despertado en medio
de una vorágine amenazante, embarcados en una chalupa que trata de gobernar un piloto
que no puede ser experto en desastres inéditos. A su alrededor se distribuye un
arco parlamentario en el que cada cual ha de situarse frente a la encrucijada quizás
más decisiva de su existencia, y seguramente de la historia reciente.
Podrá remar a favor de la salida o
aprovechar la debilidad que supone al timonel para avanzar hacia la conquista
del poder, aun al precio de acelerar la caída en el abismo. Desde cualquier punto
del arco hará falta generosidad, lealtad, humildad y sensatez. En suma, grandes
dosis de renuncias que son pequeñas si se comparan con lo que se proclama cuando
se llena la boca con la espuma del patriotismo.
La pelota, por ahora en el tejado
de los políticos, terminará cayendo por su peso en nuestra frente. El dilema “sálvese quien pueda - todos a una” nos
pondrá a prueba antes o después, ya que si el contagio y su evolución parecen
haber sido fruto del azar, las consecuencias podrán no serlo. Por algún difícil
y proporcional método deberíamos asumir que interesa un frente común para que
nadie se sienta abandonado, para que todos y unidos salgamos del vórtice
fatídico. Eso requerirá un esfuerzo de disciplina, colaboración, solidaridad y
generosidad – digamos mejor, de justicia - para que a nadie se le atragante un
plato rodeado por la carencia del vecino. Se habló hace unos días de “mutualización” para
alguna consecuencia del desastre y tal vez sea ése el camino, si es que nos
parece injusto que unos terminen aplastados bajo el peso de la destrucción,
mientras otros apenas sufren magulladuras. Habrá que discernir si todos los
derechos pueden prevalecer sobre la supervivencia ajena.
Tan elemental como que, si el
problema se reparte, tocaremos a menos. No estaba tan lejos la palabra en la
memoria, por añeja que parezca. Patriotismo, al fin y al cabo.
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