Tener que decidir con cabeza y
corazón nos pone en frecuentes aprietos pero aporta ventajas, aunque sólo sea
por simple filtrado evolutivo. Jugando cada cual sus bazas, usamos una inteligencia
que requiere tiempo, previsión de posibilidades y serenidad para elegir con
perspectiva, lo que la hace lenta pero eficiente, en colaboración y contraste con
las emociones, que elaboran respuestas inmediatas, más cómodas y agradables, aunque
menos seguras. La primera es silente y conservadora, sin la capacidad de atracción
que tienen las segundas, por lo que, reduciendo al mínimo el esquema, cocinamos
con dos ingredientes que modelan nuestra conducta de manera que, en la medida
que predominen una u otras, se manifiesta nuestro temperamento y nos hacen previsibles.
Más de una vez terminaremos en un dilema con variadas posibilidades igualmente atractivas,
convenientes y razonables, lo que nos obligará a comprometer demoras, frustraciones
y resultados.