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martes, diciembre 21, 2021

Por un plato de lentejas

 Tal vez no tenga otra razón que la solidaridad compartida por propias experiencias, pero siento una cierta debilidad por los perdedores a sabiendas de que los que triunfan ya tienen con ello  suficiente premio como para merecer, además, halagos. Por eso me arriesgo a ser incomprendido si manifiesto alguna compasión por la persona del llamado “emérito”, término que, si no yerro en su origen etimológico, parece una ironía. Superado ampliamente el año de su marcha –todavía no está claro en qué términos- cunden rumores acerca de su deseo de regresar sin que se sepa quién o qué lo impide.

Los que estudiaron con antiguos planes de enseñanza, hoy calificados de obsoletos, saben lo que significa cambiar la primogenitura por un plato de lentejas. O sea, todo por nada. Porque hubo un tiempo en el que la trayectoria del anterior rey hizo olvidar a casi todos que debía su entronización a la deriva circunstancial de una dictadura traumática, que él contribuyó a superar logrando un papel en la historia capaz de justificar una dinastía, si no necesaria, al menos tolerable. Conseguida la patria que le negó una infancia de exilios, asentado un prestigio a todos los niveles y el mayor reconocimiento que pudo soñar en su juventud incierta, cayó en la humana torpeza –por decirlo en términos piadosos– de querer ser rico. Ni lo era antes de rey ni vive tiempos propicios para disfrutar lo que se dice que amasó por serlo.

Quizá pretendió, como si lo necesitaran, dejar a sus descendentes legítimos una fortuna que pesa demasiado como para ser aceptada y pone en un brete la institución a la que tanto costó acceder. La otra debilidad, la de sus posibles excesos sexuales, tal vez merezca más indulgencia familiar que pública, habida cuenta de los antecedentes históricos. Patronear barcos con nombres como “Fortuna” y “Bribón” fueron casualidades premonitorias que sólo pueden adjudicarse a los caprichos del destino, pero no deberían ser punibles.    

Puede que se esté haciendo “leña del árbol caído” aunque conviene recordar que lo derriban sus propios errores, por usar una palabra respetuosa con las conductas investigadas. Cada mensaje de navidad, desde 1975 a 2013, con sus invocaciones a la igualdad de todos ante la ley, resultan hoy una burla que pone en aprieto a la corona sin necesidad de la acción, ni tampoco por los méritos de ningún republicano, porque nadie hizo tanto por desprestigiarla como el propio titular.  

Todo debiera investigarse y conocerse, mejor antes que después. Aunque la justicia haga su trabajo con la proverbial lentitud que a veces la convierte en superflua, será necesario que actúe con la máxima independencia para el bien de la propia gobernabilidad, pero sabiendo que ningún juez va a poder añadir, por razones diversas, mayor condena que la que impondrá la historia. Mientras tanto, sin otros privilegios que los que la ley otorga a cualquier ciudadano, D. Juan Carlos debería tener la oportunidad de vivir en donde desee, defender su causa y disfrutar de la dignidad que él mismo no haya agotado. Y todos debiéramos poder criticar su conducta, si procediera, rechazando con parecido escrúpulo cualquier oportunidad que se nos presente para eludir nuestros deberes fiscales, incluso en los gastos domésticos, como el mejor argumento para superar la corrupción. 

2 comentarios:

  1. Me parece magnifica su exposición y su compasión. Nada que añadir salvo, que demasiado bien sabemos, que la justicia no otorgará al pueblo lo que el mencionado merece.

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    1. Gracias por su comentario y perdone la tardanza en contestar. De acuerdo con lo que dice, pero la historia, ese juez implacable, será más dura.

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