No ocurre siempre, pero esta vez parece que ganaron los malos. Por fortuna fallan muchas veces en su propósito de erradicar al que sobresale - poco importa cómo o en qué – pero la policía está buscando la posible relación entre el suicidio de una joven en un pueblo de Jaén y el acoso que sufría por distintos medios y había denunciado en cuatro ocasiones desde los últimos seis meses. Aunque se investigaba el caso, para la delegación de Derechos Humanos, ni los cuerpos de seguridad ni la autoridad judicial ha actuado con la celeridad suficiente para esclarecer el presunto acoso social y acabar con el sufrimiento de una persona, cuya diferencia resultaba insoportable para alguien.
La decisión personal de acabar definitivamente
con todo parece tan seria y traumática que lo mínimo exigible es un velo de respeto
pero, por si pudiera tener relación con el acoso, no está de más reflexionar
sobre esta perversión humana, que parece un mal de hoy pero resulta ser una de
las manifestaciones de la envidia, tan antigua como el mundo y tan mezquina
como el veneno que destila. Ya en la literatura griega aparece el mito de
Procusto, personaje afanado en cortar cualquier cabeza que sobresaliera, sobre
todo porque ponía de manifiesto la escasez de su talla.
Haré hoy una excepción a la norma
de no duplicar innecesariamente las flexiones de género para enfatizar que
tanto unas como otros pueden asumir este desagradable papel con eficacia, al
decir que los acosadores y acosadoras están entre nosotros, tan cerca que apenas
reparamos en ellos y ellas. Dado que llevan una eternidad practicando, adoptan
en sus formas toda la sofisticación posible y enarbolan cualquier bandera
mientras acosan con el señuelo de evitar riesgos morales que inventan para justificar,
sencillamente, que no aceptan que otro destaque porque pone en evidencia la
inferioridad que sólo a ellos o ellas afecta y perciben. Pasado el ataque, saben
camuflarse en los foros oportunos para agitar, si es preciso, la divisa de la protección
a las víctimas, porque el cinismo es un disfraz que utiliza la envidia.
Su objetivo es tan sencillo como
aniquilar al que no les gusta y a veces lo consiguen, porque se mueven con
soltura en el límite de lo demostrable y acechan para dañar sin dejar huellas,
de manera que, cuando el hostigado da el costoso paso de pedir ayuda
denunciando, deja todo su insoportable mundo en manos de quien espera la acción
que ha de liberarlo. Si así ocurre, le queda lamer sus heridas confiando en el
bálsamo del olvido, pero si el árbitro asume el papel de estúpido mediador que,
con exceso de prudencia confunde conflicto con agresión y esquiva su compromiso
en pos de una pacificación infantil e innecesaria, suele hundir al agredido en
la amarga desesperanza del abandono. Para completar la escena, basta añadir el
coro de testigos sordos, mudos y ciegos que cantan indiferentes las excelencias
de participar en la uniformidad discreta, al tiempo que esconden una mueca de
llanto para usarla cuando se consume la tragedia.
Nadie puede decidir la voluntad ajena, pero hoy coinciden fatalmente el desenlace y la escasa diligencia de quienes tenían el deber de ejercer la autoridad y la justicia, lo que hace volver muchas miradas en forma de sospecha por si la tolerancia puede ser cómplice de la impunidad de que disfrutan quienes tienen la desgracia de estar envenenados por su propia envidia. Tampoco hay que olvidarse del coro, que puede estar ahora, incluso, haciendo proclamas en las manifestaciones. Y es preocupante que en ese coro podamos estar cantando todos.
He tenido la suerte de leer las últimas cinco anotaciones de su bitácora y quiero hacerle llegar mi agradecimiento por la precisión, sencillez, riqueza y gracia de su escritura, propia de un clásico castellano.
ResponderEliminarBuenas tardes. Le aseguro que me siento muy honrado y agradecido por su comentario. Ojalá escribiera yo como un clásico castellano así que, desde el más profundo compromiso, sepa que me siento halagado. Suelo escribir una columna cada mes y puedo decirle que, en lo sucesivo, intentaré mejorar sabiendo que usted lo lee. Gracias de nuevo.
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