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viernes, octubre 29, 2021

Dos por uno.


Que seamos sociales no debe ser un capricho de la naturaleza, sino la evidencia de una necesidad que ayuda a superar debilidades y nos asciende en la escala animal. Gracias a ella aprendimos a encadenar esfuerzos y logros, de manera que cada generación aprovechó los descubrimientos de la anterior, convirtiendo la suma en producto a medida que la memoria acumuló aprendizajes. Sin unión seríamos ingenios aislados con escasa capacidad de progreso y hasta un niño entiende que una maroma se hace casi irrompible cuando convoca abrazadas las resistencias de muchos cabos que se tensan a la vez. 

Este principio, que todos solemos asumir, choca con la tendencia, tan humana como egoísta, de considerar que las individualidades nos interesan más y que la unión nos cuesta, por lo menos, una renuncia de la dosis de egoísmo que escondemos. Luego llegan los que descubren patrias y banderas apenas se cruza el río o se pasa una sierra, dispuestos a construir historias a expensas de un hecho diferenciador como la rica variedad lingüística o el imperdonable agravio del bando que a cada tatarabuelo le tocó en una guerra de hace tres siglos. Con el sólido argumento de que “el buey suelto bien se lame” y la innegable carga cultural que contiene la forma específica de hacer el embutido o entonar la copla, enarbolarán la bandera de unas reivindicaciones que excluyen a los que el azar no obsequió con el privilegio de nuestra cuna. Es fácil en tales casos encontrar razones afectivas suficientes para mezclar sueños identitarios con intereses  que nos convenzan de que lo nuestro es distinto y mejor hasta el punto de necesitar una frontera y nuevos gestores que nos administren sin pudor por el exceso o el ridículo.

Por eso llama la atención la noticia insólita de que los alcaldes de dos ciudades extremeñas, D. Benito y Villanueva, hayan retomado la antigua aspiración de unirse para constituir un solo municipio. Se basan en el increíble y manido argumento de que es mejor para los habitantes de sus ciudades. Abundando lo inusual, ambos renuncian a sus alcaldías y a la nueva que habrá de constituirse si lo decide en referéndum una mayoría de dos tercios de votantes mayores de edad. Nadie va a perder su calle, su barrio ni su pasado. Ni siquiera se pretende imponer un nombre sobre otro y es de suponer que se mantengan los antiguos con categoría de barriada o algún tipo de entidad territorial. Un nuevo nombre que satisfaga a todos y no agravie a nadie. Ojalá que la idea no retorne al cajón de las demoras por falta de acuerdo en el negociado de parques, apodos, patrones o fiestas y romerías.

Suena bien y merece la pena dar una oportunidad a idea tan prometedora como extraña y me atrevo a escribir que nos jugamos mucho en la viabilidad y el éxito de este proyecto, tan evidente como revolucionario, que contará con la oposición de aludidos varios, pero que puede ser la gran oportunidad para dar algunas lecciones muy necesarias al país, como que podemos ser distintos y no distantes, que dos tienen más fuerza que uno o que se deben optimizar servicios superpuestos. Habrá quien encuentre mil lecciones más, pero yo destacaría la de que es posible encontrar políticos dispuestos a sacrificar su carrera personal por el progreso de sus representados y que pueden existir límites a la estupidez humana, aunque para ello sea preciso enmendar la frase atribuida al mismísimo A. Einstein.

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