Puesta nuestra esperanza en la
reactivación económica que traerán las primeras comuniones a la hostelería, debo
recordar cómo han explicado a nuestros retoños en su acercamiento a los altares,
que Dios es todo bondad y misericordia, aunque premia y castiga a los que lo
merecen, por lo que conviene aprender las condiciones para ser de los primeros o
aceptar la superación de los errores, cuando se asumen como tales, demostrar arrepentimiento
y hacer propósito firme de no repetirlos.
Parece que este modelo está
siendo superado por obsoleto y escaso ¿Qué mérito tiene una indulgencia que se
condiciona a la humillación del otro? Nos cuenta Mateo (18:21-22) que preguntó
Pedro – el apóstol – si había que perdonar al prójimo hasta 7 veces y el
maestro le respondió que hasta 70 veces 7. Frente a la clemencia infinita, resulta
escaso el cálculo de esas 490 oportunidades. Lo de ofrecer al agresor la otra
mejilla tampoco parece mucho cuando se le puede ofrecer todo, por si requiriera
un más amplio desahogo, así que el propio Papa debería estudiar si Dios no se
estará quedando corto por culpa de un malentendido exceso de justicia. Salvar
de una lapidación a la adúltera y decirle que no peque más puede interpretarse
como una coacción oculta para que cambie de vida ¿y si ella le hubiera invitado
a meterse el perdón por donde le cupiera porque no aceptaba culpa ni
disposición a enmendarla? ¿No habrá forma de aumentar la clemencia y olvidar la
clasificación en buenos y malos?
Ha llegado El Magnánimo para
decirnos, en un remedo del Eclesiastés, que hay un tiempo para el castigo y un
tiempo para la concordia. Lo escucho y confieso que se me aflojan algunos
muelles, mientras comprendo que hemos de aprender a pasar páginas – mayormente
las incómodas - porque no se puede vivir instalado en la represalia perpetua. El
momento es oportuno porque nace de una pulsión generosa, gratuita y
desinteresada. Deberá entenderse que este anhelo de concordia, para ser
completo, incluirá al perseguido que vaga por Europa haciendo patria mientras decidimos
si es huido, exiliado o desterrado.
Arrebatado por tal alarde de
humanidad, abrazaría la nueva fe si no me hallara lastrado por influencias
represoras. Cargo con demasiados prejuicios pedagógicos y seguramente con una
ética contaminada de moralina obsoleta que confunde justicia, venganza y
revancha. Me lo haré ver, mientras me preparo para asumir el paso de nuevas
páginas que, sin duda, esperan una definitiva redención que no ha hecho más que
empezar.
P.D.- Señor presidente, desde mi
radical discrepancia, nada desearía más que equivocarme frente a su decisión
anunciada porque, de no ser así, deberá soportar el juicio de la historia que,
ante lo irreversible, suele ser más severo que el de este rencoroso jubilado.
También algo menos indulgente de lo que usted parece ser. Lo deseo por el bien
de todos.
Un artículo magistral que pone sabias palabras al batiburrillo mental que más de uno tenemos en la cabeza. Hay que ver lo que el Magnánimo (antes el Justiciero) ha de hacer para seguir agarrado al poder que da la poltrona.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, amigo Luis. Ahora me quedo con algunas dudas y una sola certeza:
ResponderEliminar1ª duda:¿tiene derecho el que ejerce un cargo representativo a decidir contra los representados?
2ª duda:¿es lógico buscar la concordia con unos al precio de la discordia con otros?
3ª duda: ¿cómo perdonar a quien no reconoce culpa? algo falla.
Certeza: Si una medida de gracia espera recompensa para el que la otorga, no es lo que parece, sino una cosa muy fea que me resisto a definir...