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miércoles, junio 16, 2021

Más bueno que Dios



No se tome como blasfemia o exabrupto lo que sólo es un atrevido ejercicio de lógica que no corregirá mi obsesión por respetar todo y a todos. Me falta preparación y cintura para enfrentar polémicas que evito, sobre todo, si incluyen dilemas políticos o religiosos, pero vivo en una sociedad afectada por influencias culturales evidentes, así que intento utilizar la materia gris que me va quedando activa y algunas veces escribo lo que no entiendo.

Puesta nuestra esperanza en la reactivación económica que traerán las primeras comuniones a la hostelería, debo recordar cómo han explicado a nuestros retoños en su acercamiento a los altares, que Dios es todo bondad y misericordia, aunque premia y castiga a los que lo merecen, por lo que conviene aprender las condiciones para ser de los primeros o aceptar la superación de los errores, cuando se asumen como tales, demostrar arrepentimiento y hacer propósito firme de no repetirlos.

Parece que este modelo está siendo superado por obsoleto y escaso ¿Qué mérito tiene una indulgencia que se condiciona a la humillación del otro? Nos cuenta Mateo (18:21-22) que preguntó Pedro – el apóstol – si había que perdonar al prójimo hasta 7 veces y el maestro le respondió que hasta 70 veces 7. Frente a la clemencia infinita, resulta escaso el cálculo de esas 490 oportunidades. Lo de ofrecer al agresor la otra mejilla tampoco parece mucho cuando se le puede ofrecer todo, por si requiriera un más amplio desahogo, así que el propio Papa debería estudiar si Dios no se estará quedando corto por culpa de un malentendido exceso de justicia. Salvar de una lapidación a la adúltera y decirle que no peque más puede interpretarse como una coacción oculta para que cambie de vida ¿y si ella le hubiera invitado a meterse el perdón por donde le cupiera porque no aceptaba culpa ni disposición a enmendarla? ¿No habrá forma de aumentar la clemencia y olvidar la clasificación en buenos y malos?

Ha llegado El Magnánimo para decirnos, en un remedo del Eclesiastés, que hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia. Lo escucho y confieso que se me aflojan algunos muelles, mientras comprendo que hemos de aprender a pasar páginas – mayormente las incómodas - porque no se puede vivir instalado en la represalia perpetua. El momento es oportuno porque nace de una pulsión generosa, gratuita y desinteresada. Deberá entenderse que este anhelo de concordia, para ser completo, incluirá al perseguido que vaga por Europa haciendo patria mientras decidimos si es  huido, exiliado o desterrado.

Arrebatado por tal alarde de humanidad, abrazaría la nueva fe si no me hallara lastrado por influencias represoras. Cargo con demasiados prejuicios pedagógicos y seguramente con una ética contaminada de moralina obsoleta que confunde justicia, venganza y revancha. Me lo haré ver, mientras me preparo para asumir el paso de nuevas páginas que, sin duda, esperan una definitiva redención que no ha hecho más que empezar.

P.D.- Señor presidente, desde mi radical discrepancia, nada desearía más que equivocarme frente a su decisión anunciada porque, de no ser así, deberá soportar el juicio de la historia que, ante lo irreversible, suele ser más severo que el de este rencoroso jubilado. También algo menos indulgente de lo que usted parece ser. Lo deseo por el bien de todos.     

2 comentarios:

  1. Un artículo magistral que pone sabias palabras al batiburrillo mental que más de uno tenemos en la cabeza. Hay que ver lo que el Magnánimo (antes el Justiciero) ha de hacer para seguir agarrado al poder que da la poltrona.

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  2. Gracias por tu comentario, amigo Luis. Ahora me quedo con algunas dudas y una sola certeza:
    1ª duda:¿tiene derecho el que ejerce un cargo representativo a decidir contra los representados?
    2ª duda:¿es lógico buscar la concordia con unos al precio de la discordia con otros?
    3ª duda: ¿cómo perdonar a quien no reconoce culpa? algo falla.
    Certeza: Si una medida de gracia espera recompensa para el que la otorga, no es lo que parece, sino una cosa muy fea que me resisto a definir...

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