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sábado, abril 24, 2021

En defensa del otro

 


Parece que no fue Voltaire el autor de la frase y quizás tampoco la escribió su biógrafa con la literalidad que se cita, pero doy por cierto que proclamar el derecho que tiene un contrario a expresar sus ideas, incluso estando en desacuerdo con ellas, queda muy bien y añade una pátina democrática al hablante. Llevarlo a la práctica será otro cantar y no hace falta pisar charcos cuando es suficiente observar acontecimientos y opinar lo mínimo. Tampoco hay que poner etiquetas para lo que está a la vista de todos o lo que, aun escondido, se adivina.

En la última campaña electoral catalana, que concluyó en las elecciones del pasado 14 de febrero, se pudo observar el incremento excesivo de una deriva perversa cuando varios actos públicos de un partido legalizado fueron disueltos de forma poco amigable por masas “defensoras del diálogo” que, utilizando el sólido argumento de la pedrada, pusieron en fuga a los congregados. Si se hubiera producido entonces una condena clara y unánime por parte del  resto de contendientes, se habrían dado una mano de dignidad y espíritu deportivo que despejaría, de paso, cualquier sospecha de alentar, digerir o beneficiarse del atropello. Reinó el silencio. Terminado el escrutinio, el virtual ganador, exministro considerado hombre tolerante y de consenso, expresó su intención de dialogar con todos, excepto con el partido que había sido objeto del acoso. Días después, en la fallida investidura de otro candidato, algún grupo de supuestos demócratas abandonó la sala para no prestar oídos al representante electo de la misma opción.    

Desde una escasa formación política, más intuitiva que reglada, le supongo a la democracia pocos dogmas pero algunos pilares fundamentales, entre los que destacaría la búsqueda del bien común a través del respeto y la justicia. Entiendo incluida la honradez y el afán por tender puentes para posibilitar lo que parece imposible con tal de hacer una sociedad mejor. Con esas mimbres tal vez sobren líneas rojas y cordones sanitarios.

Recelo de los extremismos, incluso los disimulados, y siento poco respeto por el manejo de arengas y silencios de algunos grupos con presencia parlamentaria, pero me obligo a tenerlo hacia las personas que los proclaman y a las que representan mediante un voto. Eso no obsta para considerar revulsiva la expresión cínica de los que siguen sin condenar la dolorosa y cruel vergüenza del terrorismo o para contener la arcada frente a cuantos hicieron fortuna con cualquier modalidad de corrupción. Tampoco encuentro adjetivos corteses para aquellos que amenazan con romper la baraja y quieren abandonar la mesa después de llevarse la banca. Con semejantes escrúpulos, cuesta digerir la facilidad con que se acepta el diálogo con unos y se les niega a otros que, por ahora, no exhiben el detestable currículum de los primeros. Hasta donde permitan las tripas y la ley, puede ser cuestión de entender que el contrario merece tanto respeto como rechazo provoquen sus ideas en lugar de aceptar los excesos verbales sin rigor que sólo pretenden descalificar al contrario.   

La cómoda aceptación del acoso o la pedrada como forma de logro puede hacernos recordar aquella otra frase, también mal atribuida, que concluía “…cuando vinieron a por mí, no tenía quien me defendiera”. Por eso, los que soportan el noble peso de representar a otros como  demócratas, podrían aprovechar cualquier ocasión para demostrar que lo son, siquiera por decencia y porque la tolerancia con la vileza nos convierte en cómplices cobardes que alguna vez ha terminado siendo estrategia de perdedores. 


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