Si cualquier escrito utiliza componentes subjetivos, éste los tiene biográficos. Treinta y ocho años de docencia comprometen y la espera de este comienzo de curso, instalado en el cómodo silencio del jubilado, me produce una zozobra de complicidad culpable que no estoy dispuesto a asumir. Quizás sea más directo de lo conveniente, pero me niego a admitir que los docentes –escribo usando el genérico- deban ser héroes ni mártires.
Reparto.- Conviene recordar a
todos los que hoy clamamos por la bajada ocasional de la ratio, que desde hace
bastantes años se practica una total falta de respeto a la escuela. El ahorro
obsesivo en las plantillas que exhiben los gestores del regreso a clase es un
camino tradicional. La ratio legal ha
sido superada con exceso y cualquier ampliación de plantilla costó sudor y
lágrimas. Ahí están las hemerotecas para comprobar movilizaciones en la
delegación cada septiembre con peticiones razonables que se negaban hasta lo
imposible. La atención por especialidades se ha usado más de una vez con criterios
cicateros y las sustituciones por bajas, incluso las previsibles, raramente se
cubrían con la puntualidad y celo exigible.
El órdago.- Este comienzo de
curso parece un disparate diseñado por el enemigo. Los ensayos, al decir de la
experiencia, se hacen con seguridad, posibilidades de corrección, progreso o retroceso.
No se prueba la resistencia de un puente cargando de golpe su peso máximo, sino
dosificando lastres menores y observando resultados para aumentar o reforzar,
hasta llegar al valor razonable. Ése modelo han seguido los protocolos de
playas, restaurantes, espectáculos y reuniones. Para la escuela se ha decidido jugar
todo a una carta: sale bien, o sale mal. No hay capacidad para progresar,
porque ya irá a tope, ni de rectificar, porque la única enmienda es el cierre. Sin
estrategia alternativa, como un jugador de mus desesperado.
El jaque.- La educación es un
derecho del que se espera calidad y seguridad. En la situación actual, por si
alguien duda de lo último, se pretende reforzar el argumento con la amenaza de
aplicar un protocolo de lucha contra el absentismo a la familia que opte por
anteponer su miedo a ese derecho. Es la guinda de la persistencia en el error,
a falta de persuasión o convencimiento
con hechos. Si los menores están deseando volver a sus colegios y los padres
son los primeros interesados en la normalidad que ello impondrá en cada casa,
está de más la coacción sobre un previsible recelo que debe desaparecer en
cuanto se demuestre la inocuidad del método. Amenaza innecesaria.
Debería saber quien desafía que
es difícil refutar la justificación de ausencia que hace un tutor legal,
incluso si es por temor fundado o sospecha, pero hay otras causas. Los planes vigentes
de lucha contra el absentismo, invierten muchos recursos y consiguen a duras
penas contenerlo con sanciones de alguna semana de arresto domiciliario para los
responsables, lo que le adjudica unos resultados discretos. Parece casi obsceno
que, frente a una razonable desconfianza, se consiguiera por vía de contundencia,
el éxito que no se está logrando normalmente. Estas maneras invitan
abiertamente a la desobediencia. Amenaza torpe.
Cuando se utilizan métodos tales se
está asumiendo una responsabilidad sobre los resultados que sobrepasa el error
de buena fe. No es lo mismo apelar a una obligación legal para tiempo normal, que
exhibir poder ante un desenlace incierto. Amenaza temeraria.
A unas horas de que empiece el envite,
resulta demasiado serio para tomarlo como un juego, aunque sea de mesa. Me
crean o no, sentiría un gran alivio si el paso de los días me demostrara un
infundado exceso de pesimismo.
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