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jueves, febrero 13, 2020

Si fuera juez

 


Por convencimiento y también por razones profesionales, siempre he proclamado que cualquier persona puede llegar hasta donde se proponga, si compromete voluntad y trabajo en ello. Aún mantengo este principio, pero con alguna matización que aplico para mí, en primer lugar porque cada uno debiera conocerse mejor que nadie y luego, porque me ahorro el atrevimiento de opinar sobre otro. El caso es que yo no podría ser juez por falta de objetividad pero sobre todo, por estar dispuesto a reconocerlo.

No podría dormir, ni siquiera excusando la versión frívola que la actualidad ha dado a esta  expresión, lo cual no me impide caer, como humano, en la abundante debilidad de creerme capacitado para arreglar cualquier entuerto de forma pronta y eficaz. Probable residuo de la mínima parte de herencia quijotesca que me corresponde. 

Tal me pasó hace meses, el pasado 4 de octubre concretamente, al conocer una curiosa noticia de la hubo escaso eco en los medios: resulta que frente a las costas de Mijas, en la provincia de Málaga, una patrullera de la guardia civil se aproxima a una semirígida de presuntos narcos. Los sospechosos dan pistas huyendo y comienza una competición de testosterona y adrenalina digna de una olimpiada. En el ardor de la carrera se produce una colisión lateral y los tres guardias caen al agua mientras su lancha, sin control, les pone en aprietos girando por la zona del baño.

Felices con el revés de la fortuna, los ya menos presuntos aprovechan la ventaja hasta que oyen una voz en las alturas que les conmina a regresar en socorro de los náufragos, pero no es la de la conciencia, sino que procede de un helicóptero picoleto que apoya el operativo, lo ha visto todo y ronda por encima como un moscardón. Sea por la dichosa ley no escrita de ayuda en el mar, sea por estrategia obligada ante el blanco que ofrecen, media vuelta y regreso al punto de choque con el fastidio imaginable, para llegar justo a tiempo de rescatar a quienes deberán detenerlos en cumplimiento del deber. Tras los agradecimientos por parte de unos -que lo mojado no quita lo cortés- y las acusaciones de patosos por parte de otros, son conducidos a tierra en su propia motora.

Y en este punto es donde comienzan mis pesquisas para el imposible supuesto de que yo fuera el juez a cuya jurisdicción llegara el caso. Nada de preámbulos y consejos sobre lo pernicioso que es un oficio que de sobra conocen. Incautación de nave y alijo que serán pagados a sus dueños de acuerdo con su valoración. Hay jugadas que se resuelven mejor con un bote en el aire y que siga el juego, porque aplicar la de la ventaja, puede ser humillante incluso para los propios defensores de la ley. Por habilidad, por suerte y seguramente por algún mínimo de humanidad, se ganaron el regreso a la calle. Con la mayor deportividad posible, vuelta a la casilla número uno por esta vez, que la próxima, Dios dirá. Se aplaza la propuesta de un reconocimiento el día de la patrona por salvar la vida a tres agentes, al no quedar debidamente acreditada la voluntad de hacerlo.    

Ahora se entenderá mejor por qué no me veo con posibilidades para el oficio aludido, pero cerca de ese gremio corren tiempos en los que tal vez convenga irse acostumbrando a las ocurrencias, por si nos tocara ver disparates mayores.

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