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lunes, enero 13, 2020

Nos hacen torpes


 Hubo un tiempo, es verdad que lejano, en el que el dominio de la lectura y la escritura marcó una frontera que nos clasificaba y permitía el acceso a la mayoría de conocimientos. Por inevitable fortuna, dejamos atrás ese filtro mientras aparece otro, de más amplio cometido, como es la utilización de automatismos y medios digitales que se adornan de pretendidas facilidades para nuestra vida, al precio de hacernos más diferentes frente a las complicaciones que asumimos.

Para muestra, el empeño de las entidades bancarias en proponernos operaciones que debemos hacer nosotros mismos – manteniendo las comisiones- para cualquier gestión. No se conforman con que sepamos sacar dinero del cajero automático, sino que insisten para que aprendamos a pagar con el móvil y otras tareas que harán innecesarios los puestos de trabajo de los mismos que nos enseñan.

El contagio se extiende. Hace meses protagonicé un episodio que, de haber sido grabado con una cámara oculta, lo propondría como paradigma de la torpeza con título universitario. Era en la estación de cercanías de Atocha, donde constaté que hablar el idioma, pedir y pagar un billete, no era suficiente. Necesitas bastante intuición, algo de suerte y mucha paciencia. Ante varias máquinas expendedoras, me puse en la cola de una, entendiendo al momento por qué van tan lentas. Las dos primeras opciones del monstruo suelen ser claras, hasta que la cosa empieza a complicarse cuando no aparece la que quieres. Sin alternativa ni marcha atrás, te agobia la sensación de fracaso y la impaciencia de los que te siguen. Aceptas un pequeño debate abierto en el que percibes que cada uno sabe su ruta y te aportan sólo tentativas que ya has probado sin éxito. Por fin aparece una auxiliar uniformada que explica poco, trastea la máquina a una velocidad que te impide aprender y deja claro tu analfabetismo tecnológico mientras se desplaza sin despedida a la máquina de al lado en la que otro inexperto repite tus torpezas. Solucionado, si no fuera porque los billetes pagados no aparecen por más que husmeas todas las oquedades visibles. Apelas a la sabia, que rechaza tu ruego porque ya está en otra tarea, cuando se adelanta un alma caritativa para advertirte que allí, más abajo de tus rodillas, lejos de tu campo visual y de la zona de acción, se encuentra el objeto de tu deseo.

Agradeces el detalle y para acertar con tu tren, recurres a una oficina de información, porque no encuentras a la vista ningún cartel que indique la dirección buscada. Es muy fácil, lo sé, pero soy torpe. Me están haciendo torpe, a pesar de que no aceptaba ese término para nadie y me consideraba, por lo menos, del montón. Haga una prueba parecida el lector, y sáqueme de dudas, se lo ruego. Recuerdo que cuando estudié algo de enseñanza programada descubrí una metodología de aprendizaje autodidacta que manejaba todas las posibilidades lógicas de un proyecto y conducía inequívocamente a diversas soluciones dependiendo de la ruta elegida, pero siempre con alternativas claras y evitando los caminos sin salida. No encuentro estas condiciones en la mayoría de los automatismos que nos van imponiendo, aunque creo que si ha de ser, debería hacerse, al menos, con pruebas de evitación del fracaso. 

Bien… pues parecida torpeza me reconozco para comprender la situación política de hoy. Tampoco entiendo, ni adivino una clara intención de hacerse entender.

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