Si yo hubiera nacido en esa hermosa tierra me parecería la mejor del mundo y, como no puede ser de otra manera, me sentiría orgulloso por un azar que tiene parecido mérito al de haber nacido en cualquier otra parte del mundo, el mismo que llevar unos apellidos que ni elegimos ni merecemos; mucho más si consideramos que la historia de esta piel de toro acumula suficientes convulsiones, repoblamientos y guerras como para habernos mezclado más de lo que muchos piensan. Pero si fuera como decía al principio, me sentiría algo más legitimado, desde el rasero del paisanaje, para dirigirme al ahora político vasco que hace días fue entrevistado en la primera cadena para regocijo de algunos y absoluta náusea de otros.
No lo trataría de paladín de la paz ni de terrorista irredento, que eso ya lo habrán hecho otros, pero puesto en las condiciones del párrafo anterior, me gustaría poder decirle que está aprovechando los huecos que le deja la tolerancia democrática para promover tópicos locales que desprestigian su tierra. Es verdad que deberíamos tenerlos superados, pero perduran inevitablemente y definen a los demás en el sentir colectivo. Así, durante muchos años, el resto de españoles hemos admirado en los habitantes de las vascongadas, se le denomine territorialmente como se quiera, el carácter noble y valeroso; aventurero y rebelde muchas veces, pero nunca cobarde o indigno.
Compartimos –seguramente a su pesar- una historia común que no se explica sin la presencia de muchos e importantes personajes de esa región. Sin ellos no puede entenderse la reconquista, la expansión del imperio español por Hispanoamérica o el progreso industrial cuando lo hubo. Para bien y para mal. En esta historia debió haber luces y sombras, pero ninguna época me parece tan oscura y triste como la del terror. Por eso le pediría que no contamine las ideas enturbiando el concepto que tenemos de los vascos en su búsqueda inútil de avales para blanquear una trayectoria personal errada, cruel y estúpida que contrasta con los méritos de tantos. Por mucho arte de triles que practique, la cobardía de activar un mando a distancia, amenazar, secuestrar o disparar en una nuca inerme, no se camufla con emotivos recibimientos ni homenajes a los ejecutores. Pocas luchas tan huérfanas de coraje, tan injustas y con un final tan poco decoroso.
Conoce de sobra el único camino que conduce a la paz, también a la suya, porque lo lleva evitando demasiados años. No puede regalarnos ahora lo que no es suyo, lo que ha costado tanto, lo que él y otros de su banda nos arrebataron a traición. También sabe que los resultados en las urnas pueden legitimar una representación democrática, pero no absuelven, no perdonan y no merecen el olvido de las víctimas que hemos sido todos. La absolución por un puñado de votos es un recurso utilizado sin éxito por casi todos los dictadores de la historia.
Quizá podamos entender que, sin pistolas, sólo queda el recurso del relato contaminado cuando no se tienen suficientes redaños para reconocer los errores en su justa medida, tratar de repararlos y obrar en consecuencia. Por ejemplo, haciendo mutis por el foro.
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