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viernes, julio 12, 2019

Romper tópicos

Aborrezco los tópicos con la misma reiteración que me abrazo a ellos, pero considero una suerte descubrir que nos equivocamos con frecuencia y aprovechar para aprender por el común y antiguo camino del ensayo y el error. Debería admitir, para comenzar, que uno de mis sarpullidos más recurrentes ha sido siempre la gestión de asuntos relacionados con la burocracia. Después de muchos años bregando y formando parte de la administración pública, había llegado a asumir que un gran número de las personas que trabajan en un despacho, son piezas de una maquinaria necesaria, casi siempre insustituible, pero normalmente alejada de las circunstancias personales de los usuarios. 

Pedir turno para una gestión urgente y encontrar una cola interminable, atendida por el funcionario más lento del mundo, puede ser la pesadilla de muchos. Con frecuencia, nuestro personaje se halla rodeado de otros compañeros muy serios que escudriñan pantallas ocupados en asuntos inaplazables con una dedicación que pone en duda su existencia, la de las prisas o el movimiento del mundo. La mínima prudencia impone un silencio –romperlo sería un error de fatales consecuencias – pero cuesta sustraerse a calcular el ahorro de horas que tendría el país si se priorizara la atención a los que esperan, igual que a veces hacen en el súper. Ocurre alguna vez, y no es una excepción, que en pleno éxtasis administrativo, se caiga el sistema y haya que llamar a los informáticos, cosa de la que nadie tiene culpa. Las miradas impacientes al reloj tampoco mejoran nada, así que mejor ahorrar gestos inapropiados.

Hoy debo contar una historia distinta que me pone frente a la evidencia de mi error. Preparándome para hacer un viaje al extranjero, caí en la cuenta de que existe una tarjeta sanitaria que facilita los trámites en caso de necesitar atención médica fuera de tu residencia. Como uno nunca está seguro y menos a ciertas edades, intenté solicitarla a sabiendas de que me había descuidado demasiado en los plazos. Llamé al organismo correspondiente, más que nada para recabar información y, efectivamente, una funcionaria me dijo que debía hacer la solicitud de forma presencial y esperar un plazo que no me iba a permitir tenerla a tiempo.   

Hasta ahí, todo había sido correcto y asumí que debía ser más previsor, por lo que di las gracias resignado, haciéndome propósitos de mejora, pero no fue ése el desenlace. Me preguntó mi número de afiliación y al comprobar que coincidía con el resto de datos de mi ficha, propuso, en primer lugar, hacerme una certificación de la solicitud que a continuación me enviaría por correo con tiempo para llegar y que, según ella, tendría el mismo valor que la tarjeta pedida. Por si fuera poco, gestionó la solicitud en ese momento como si yo la estuviera haciendo en su presencia, confiando en los datos que yo le daba. No sé si se extralimitó y tampoco quisiera que la publicación de esta columna la pusiera en una situación incómoda, pero lo cierto es que hice el viaje con la tarjeta sanitaria que había recibido justo a tiempo, a pesar de mi descuido.

Me dijo que se llamaba Manoli y no me importa si el nombre es supuesto, pero es una buena persona capaz de romper tópicos y entender el trabajo de funcionario como un servicio a cualquier ciudadano desconocido. Por fortuna hay de esos más de los que creemos.

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