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viernes, diciembre 14, 2018

Voluntarias

Porque son mayoría y son ellas, hoy sobrepaso excepcionalmente cualquier norma gramatical que mengüe o disimule la importancia que tienen en casi todas las empresas para las que se necesite gente de buena voluntad. Me refiero a todas las personas – casualmente mujeres en su mayoría - que un día deciden libremente investirse un peto y el consiguiente compromiso convencidas de que pueden cambiar este cambalache con aventuras que no han de reportarles otro beneficio que la satisfacción de salir de la simple contemplación pesimista. En todo caso, ellas merecen bastante más que una concesión bobalicona a la transgresión lingüística. 

Será difícil encontrar un evento deportivo, cultural - mucho menos una acción humanitaria - que pueda prescindir para su éxito del buen hacer de estas personas, insisto en que son féminas la mayoría, que miran con ojos de rentabilidad humana lo que otros sólo ven como pérdida de tiempo. Se trata, precisamente, de ese tiempo de valor incalculable y sin repuesto, que invierten en el servicio de una causa ajena que hacen propia.

Alguna vez, la propia calle crea la necesidad de esta respuesta. Imaginen, hace tiempo, una conocida y transitada cuesta en la que se derramó accidentalmente un líquido deslizante que puso a prueba la habilidad o la suerte de varias personas. El hecho dio lugar a una improvisada comisión de transeúntes afectados en la que cada cual dejó su impronta. Uno de ellos, apenas superó el peligroso patinazo, se marchó maldiciendo al desconocido culpable, mientras otro dijo no poder detenerse por la urgencia de sus asuntos. Un tercero sacó su móvil para inmortalizar fotográficamente cualquier sorpresa al respecto, mientras hacía un diagnóstico pericial del viscoso fluido. Alguien propuso denunciar al ayuntamiento por negligencia antes de que ocurriera una desgracia, sabedor de que, si vivera cerca un concejal ya se habría puesto remedio al incidente. Habría quien se congregó con la esperanza de soportar la risa floja que provoca en los testigos un buen culetazo, pero la diversión empezó a finalizar en el momento en que una vecina señalizó y acotó el suelo resbaladizo con una cuerda, de manera que evitara nuevos sustos. Finalmente, otro testigo llamó a la policía para informar de lo que sucedía y se quedó en el lugar para prevenir a todo el que pasaba. Cada cual puede estudiar la anécdota y retratarse en ella con el papel que le apetezca.  

El día 5 de diciembre fue el día del voluntariado, ese movimiento revulsivo que pretende mejorar el mundo, sin temor a convertirse en objeto de críticas, casi siempre prudentes y bienintencionadas, de quien no sabe abandonar la zona de confort si no divisa un interés propio y cierto. Estamos en las fechas de invocación compulsiva de paz para la gente de buena voluntad y algún parentesco léxico tiene la palabra con esa tropa a la que hoy me refiero. Si se pueden pedir deseos, me pido que hayamos colapsado los dos últimos papeles del relato  y, si no es abusar, que veamos con chaleco y alma de voluntarias a las personas que sufren el abnegado deber de mandar en el cotarro. Sin diferencias de género.

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