En las tediosas siestas de la lejana niñez, cuando el encierro obligatorio duraba lo que el rigor solar y la voluntad de los mayores, resultaba amena la compañía de un gato silencioso, comodón y egoísta que aguantaba estoico las gamberradas de los chiquillos prestando su complicidad a más de una divertida aventura. De él aprendí, uñas por medio, que los pactos amigables pueden romperse en cuanto se toquen las cosas de comer.
Pasan los años y la actualidad se cruza para confirmar el valor de la experiencia. Hace pocos días que nuestro gobierno insinuó la cancelación de un contrato para la venta de más de 400 bombas destinadas a Arabia Saudí y sentimos un cierto orgullo pacifista aunque tardío, puesto que España lleva muchos años siendo una potencia en la industria bélica. Como consecuencia de las serias advertencias – amenazas, esperadas por cierto- del ofendido comprador, que “previene de las consecuencias de mantener una decisión inamistosa”, se organiza un revuelo aún no resuelto con visos de dilema. El contrato de las cinco corbetas, que todo el mundo sabe para qué se construyen y no es para rescatar inmigrantes ni para organizar cruceros, supone casi 2.000 millones de euros y 6.000 empleos que se pueden poner en peligro si nos andamos con escrúpulos trasnochados. Mucho menos si pueden interferir las obras de construcción y mantenimiento del AVE a la Meca y el metro de Riad, otro montón de dinero y de puestos de trabajo.
En este punto, resulta inevitable recordar al bombero vasco que en abril de 2017 se negó a colaborar en la carga y custodia de armamento con destino al mismo país que estas bombas, alegando que su obligación implicaba riesgos por salvar vidas ajenas, pero no estaba dispuesto a que su esfuerzo redundara en hacer, precisamente, lo contrario. Por ello se arriesgó a un expediente que podría acarrearle la suspensión de empleo y sueldo de hasta cuatro años.
El gobierno actual, pacifista como no podía ser de otra forma, pero atento al clamor social y a sus consecuencias, ha puesto en marcha todo su arsenal diplomático con el fin de desactivar esta crisis de consecuencias incalculables y reconvertir la situación. Se recula hasta donde haga falta con tal de recuperar la confianza perdida para regocijo de la presidenta de Andalucía y tranquilidad de toda la bahía de Cádiz, alcalde pacifista incluido. Al fin y al cabo aquí se construyen naves y el comprador sabrá en qué las usa, porque si no las construimos nosotros, lo harán en otro sitio. Mientras tanto, la gente de Navantia, aunque no comparte la clasificación zoológica de los felinos, enseña las uñas en cuanto le tocan el plato. Una vez más y por si acaso, no se fían de promesas tantas veces escuchadas y pretenden un compromiso escrito que asegure la situación anterior a la crisis. “Si esto no se arregla, guerra, guerra”. Menuda ironía para el próximo carnaval.
No queda claro si tenemos una crisis de identidad o la identidad en crisis, pero sí que con las cosas de comer no se juega. Hago un ejercicio de reflexión para entender a los que protestan por la seguridad de su empleo, mientras admiro al bombero por su compromiso ético y pienso cómo será lo de seguir comiendo con una mano, porque con la otra habrá que hacer una pinza en la nariz y aguantar la inevitable naúsea. Qué duro es el trabajo del político.
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