Nos guste o no, somos animales sociales y de ello depende, en gran medida, el éxito de nuestro proyecto como especie. La construcción de un puente, una muralla o un cuerpo de ciencia, requieren muchos esfuerzos e ideas bien unidos. Una cofradía, un equipo o cualquier población, demuestran que, al menos a nivel teórico, nadie puede vivir aislado, aunque alguna vez nos seduzca la idea de intentarlo.
Del mismo modo, cuando vienen mal dadas, es recomendable repartir el quebranto en dosis menores, de manera que, si es posible, se haga más llevadero. Esto algunas veces se consigue de forma espontánea y otras mediante costumbres o normas que originan la cooperación y la solidaridad.
Vivimos en un tiempo y una demarcación geográfica que invoca estos principios con urgencia. Cuentan los analistas del CIS que la preocupación por la inmigración se ha triplicado en el último mes. Obviando detalles, somos la portería de una Europa hacia la que volvemos la mirada proclamando que el asunto, lo mismo que su inaplazable gestión, no son de nuestra exclusiva incumbencia. El resto de europeos, comprensivos a demanda, prometen fondos limitados, sólo cuando sienten en el cogote el aliento invasor. A cambio, discurren la forma de instalar filtros pagados que contengan la supuesta avalancha, actitud que nos provoca asco humanitario, sobre todo cuando nos sentimos engañados. Entre tanto, silban y miran al cielo. No parece lógico ni ético que, en lugar de plantearse un reparto razonable que diluya en pequeñas cuotas la dificultad común, se intente acumular la indigencia usando argumentos disfrazados al efecto.
Dentro de nuestras fronteras, se repite el fenómeno con el tema de los menores no acompañados. Andalucía pide ayuda a otras comunidades autónomas para proceder a un reparto igualitario de éstos y critica la falta de respuesta solidaria. Los territorios que ofrecen generoso apoyo ante un incendio estival, no muestran la misma disposición para apagar este fuego. El gobierno central espera la colaboración de todos, pero va a necesitar otros argumentos para evitar que sigan silbando y mirando al cielo.
Sin poderlo evitar, caigo en la deformación profesional. Permitan que personalice y tire de experiencia. Desde hace bastante tiempo, conozco una realidad educativa local organizada de forma casi espontánea y marcada por diferencias que, lejos de ser enriquecedoras, empobrecen y marginan. Un doble circuito originado por razones de sobra conocidas, y no todas aceptables, que clasifica y separa muchas de las dificultades en coincidencia con la extracción social. Poco ha importado que la legislación prevea el “reparto equilibrado” desde hace más de veinte años, si no hay intención de llevarlo a cabo por quienes toleran o se benefician de este modelo. En contra de cualquier criterio lógico, educativo, inclusivo y legal, persiste una situación que conocen y permiten todas las instituciones. Doy fe del traslado a las administraciones de informes y posibles soluciones detalladas que han sido respondidas con indiferencia y alguna vez, con desdén. Los más próximos, los posibles cooperadores, silban y miran al cielo reculando.
Demasiado tema para una columnilla veraniega, ya lo sé. Perdonen la expresión, pero las inquietudes de estos días me lo han puesto a huevo.
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