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viernes, agosto 12, 2016

Vándalos

Llegaron del norte de Europa en el siglo V, aprovechando las debilidades del imperio romano, y asolando, como era costumbre, cuanto encontraban a su paso, para instaurar reinados efímeros y errantes.  Lo que debió ser una estrategia de eficacia conquistadora a base de terror, muy frecuente también entonces, tomó la acepción semántica que les adjudicaba, casi en exclusiva, la etiqueta de la destrucción. Tras un establecimiento breve en el valle del Guadalquivir, pasaron al norte de África y un siglo después quedaba de ellos, para la historia, un término para designar cualquier actitud devastadora.   

La observación del vandalismo, que se da en todas partes y no solamente en aquellos territorios por los que pasó este pueblo, permite aislar algunas características entre las que aparecen la ausencia de beneficio previsible para el vándalo, destrozo de algún útil público o privado, uso de formas violentas y abuso del anonimato o de la ausencia de vigilancia. Siendo complicado saber lo que se cuece en el caletre de un cafre en plena fiebre demoledora, el conductismo intenta explicarnos que cuando las consecuencias de una acción se vuelven contra el causante, suele cesar en su tarea. Pocos locos, quizá sólo los auténticos, perjudican su bienestar. Cuesta creer que un cerebro racional pueda encontrar alguna satisfacción cuando priva a otros del uso imprescindible de un teléfono público, del alumbrado de una calle o del fresco alivio de una fuente. Añadamos el descanso de un banco a la sombra de un árbol que, por cierto, tampoco está a salvo. De incendios…mejor no hablar. Hay ejemplos para todo.

Con trazas de enfermedad social, puede que no pase de ser en muchos casos el ensayo de una gamberrada que se refuerza por la impunidad. Curiosamente, esta conducta que no se encuentra en el reino animal irracional, tiene momentos en los que parece imponerse de forma amenazante llegando a ocasionar problemas para los gestores públicos y quebrantos en la economía de todos. Hace unos días, el ayuntamiento de la capital aprobaba un plan de instalación de cámaras de videovigilancia como posible medida para evitar que todo un barrio declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, termine tan deteriorado por las pintadas, que resulte difícilmente recuperable. Tendríamos que saber qué parte del presupuesto anual se dedica, cuando se dedica, a luchar contra los efectos del vandalismo que, por cierto, ningún seguro estará dispuesto a asumir. Como es previsible que después de muchos cálculos, algún entendido concluya que es otra de las tareas que debemos encomendar a la educación, bueno será que las medidas correctoras incorporen la idea de reparación del daño, como técnica de modificación de conducta. Sobre todo para el caso de que el sistema educativo esté libre del mal y haya quien ignore que nos regimos por normas. 

Hay otro tipo de vandalismo, menos marginal y más sutil, pero de peores consecuencias, que consiste en descalificar, por el método que sea, los posibles méritos de alguien sin obtener ni buscar otra recompensa que el perjuicio ajeno. Más frecuente de lo que parece, es probable que todos sepamos poner ejemplos, aunque no sea cuestión de hacerlo ahora. Pues otra tarea para encomendar a la educación, aunque será más difícil reparar el daño. Por cierto, en el título utilicé el genérico. Dense por aludidos vándalos de cualquier género.

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