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jueves, junio 16, 2016

Antes de nada

No es la primera vez y tampoco creo que sea la última. Con una columna preparada para saldar una vieja cuenta que mantengo con quienes realizan uno de los trabajos más duros que conozco -los estudiantes- me sorprende la urgencia de otros acontecimientos y se cruza una idea que desplaza lo previsto. Dejo para la próxima entrega, si me aguanta la redactora, esta deuda con los libros para lanzar una andanada a la corrupción, que amenaza con ahogarnos o con otro peligro no menor, el de acostumbrarnos a convivir con ella. Sin entrar en honduras lingüísticas, el término aproxima a cualquiera a la idea de podredumbre, putrefacción y mal olor. 

En un tiempo marcado por medidas de austeridad, cuando parece urgente conseguir un gobierno que nos tranquilice el verano y la conciencia como país, se hace presente a cada paso, de forma fortuita o quizás no tanto, este insufrible mal que agota ya los adjetivos. Aunque los estudiosos del fenómeno se esfuercen en buscar explicaciones, hay cosas que podemos entender la gente de la calle usando simplemente un poco de sentido común: sienta muy mal que las reglas del juego que permite funcionar el tinglado, se vean pisoteadas por algunos listos dispuestos a aprovechar cualquier hueco para enriquecerse a costa del resto.  Por eso, antes de nada, propongo aprender a distinguirlos.

Se dirá que, como en todo, hay grados y matices. Peligroso es querer unificar y peligroso será aprovechar la subida de la marea para pescar en río revuelto. Ocurre que los ríos no tienen marea y tampoco son iguales todos los casos, que los hay sucios y peores; ya se sabe que el que no se consuela es porque no quiere o no busca cómo. Sería conveniente, es una opinión, que mientras miramos arriba con el dedo acusador, valoremos la gran mayoría de gente honrada que nos representa con dignidad y honradez, sufriendo, quizá más que el resto del colectivo social, los efectos de las fechorías de otros. También puede ser un buen momento para que todos empecemos a perder el gustillo por la factura doméstica sin iva, que eso también corrompe y está más cerca de lo que pensamos reconocer si queremos que la decencia se imponga. Nadie se escandalice ni se preocupe más de la cuenta, pues sólo los corruptos deberían temer, y no otra cosa que la pura operación de limpieza, tan imprescindible como necesaria. 

Va a comenzar la partida y se prepara el reparto de cartas. Cada cual administre su poder y su voto, nada más y nada menos, como mejor le sugiera su recto proceder, conciencia y memoria. Aquí no debieran servir consejos porque, siendo todos mayores de edad, hay demasiada información y experiencia para saber qué jugadores han hecho trampas.  Los tahúres no se ocultan, así que huelga jugar a detectives. Si la primera vez nos engañan, a partir de la segunda nos engañamos solos o pasamos a ser colaboradores. O, por decirlo con más propiedad, directamente cómplices.

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