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domingo, abril 10, 2016

Por ejemplo

Hace poco tiempo dediqué esta columna a comentar una tendencia de los humanos, también de las sociedades, a responder con impulsos –pocas veces útiles- ante los sucesos más o menos impactantes y califiqué esas respuestas de “oleadas”. Debo pedir perdón por aplicar este término a la que provoca en casi todos algo tan doloroso como los recientes atentados perpetrados en Paris y en Bruselas, para decir “por ejemplo”, pero si quedó alguna duda de nuestro comportamiento y forma de actuar como masa en éstos y parecidos casos, observemos en segundo plano, puesto que ya habrán aparecido análisis cualificados, fruto de sesudos estudios elaborados  por gente que sabe mucho de esto.

 Es fácil que tras el filtrado de causas –la primera podría ser que existen terroristas y luego vendría la confluencia de intereses con su locura – se imponga la necesidad de hacer algo, comenzando por comisiones para elaborar futuros planes. Ya sabemos que hubo fallos en la previsión y olvidos en quien tenía la obligación de analizar indicios y avisos de otros países. Imprevisible la certeza de que haya gente dispuesta a morir con tal de matar a otros. También vamos sabiendo que hay una importante población que malvive, o vive de forma bien diferente a como se ve en los catálogos de viajes, en amplias zonas de las ciudades, absolutamente aislada y ajena al progreso en esta Europa añeja, hipócrita y decadente que presume de tantas cosas y se va descubriendo como un pozo de interés económico, desarraigo y segregación con peligrosas diferencias entre zonas residenciales y barrios marginales en los que se ocultan demasiadas vidas que cuentan muy poco y conviene hacer invisibles porque afean la imagen que interesa. Problemas sociales que no salen a flote mientras se están gestando, pero existen.

Cuando se vayan apagando los ánimos y tengamos diagnósticos debidamente elaborados, se nos dirá que toda la acción preventiva debe comenzar, cómo no, en la educación, pues en ella está la raíz, la causa y la prevención de todos estos males. Pues claro. Si es que la educación, lo mismo que la barbarie, es una de las cosas que nos diferencian de nuestros parientes cercanos, los irracionales. Bendita educación que sirve de comodín de reserva, tan invocada y tan poco favorecida. Qué sería de nosotros si no tuviéramos esa y otras palabras como paños de lágrimas para adjudicarles causas diferidas en cuanto algo no funciona. ¿Y la integración social, y la inclusión? Pues también, y otras que terminan igual, por si hay que hacer rimas con ellas.

Y en esas andan el continente, el mundo y la carne, cuando nos aparece el triste asunto de la crisis de los refugiados, que parecería ocultar al anterior si no fuera por la coincidencia de efectos que lo coloca en riesgo de suma y cuya resolución no augura nada bueno a favor de nuestro sentido de humanidad cuando haya que contarlo en la historia de estos tiempos. 

Como esto pilla algo lejos todavía, tal vez sea una buena oportunidad para mirar a nuestro alrededor por si descubriéramos cerca de casa almacenes de problemas sociales, semilleros de abandono y rechazo o ambientes educativos en los que no se acaban de instalar los criterios inclusivos que desde hace años recomiendan el sentido común y tanta legislación escrita, pero acomodada a la inercia de criterios de conveniencia. Por ejemplo.

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