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miércoles, marzo 09, 2016

Casa Anastasio




Lo mismo que sus propios personajes, tienen los pueblos rincones y lugares que los hacen distintos de cualquier otro, les dan carácter y terminan convirtiéndose en decorado y música de fondo de la vida y las costumbres de sus habitantes. Hoy vivo el cierre del bar Casa Anastasio con el vértigo inquietante de ver que se pierde otro punto de referencia gastronómica y sentimental para muchos. 

Pronto hará 40 años ¿tantos…? que empecé a conocer Loja. Eran tiempos en los que –aunque nos parezca mentira- no había móviles ni muchas otras cosas. Tampoco existía la hospitalaria costumbre de alojar en casa a los novios de las hijas, por lo que recurrí a buscar refugio en La Paloma y empezaba mis amaneceres de estancia lojeña reponiendo fuerzas en Casa Anastasio. En sociedad con mi suegro –un histórico en la plaza y en la casa- que formaba parte de la crónica diaria del lugar y de sus personajes, conocí a los parroquianos de aquellos tiempos y a los que ahora no me atrevo a nombrar al completo, porque uno no es consciente de que alguna vez ha de evocarlos y debiera haber tomado notas. Cerca estaban también, a modo de industrias auxiliares, los puestos de tejeringos más la sección de ambulantes variopintos, entre los que recuerdo loteros, algún limpiabotas y el vendedor de avellanas. El caso es que allí se congregaban, dependiendo del día y la hora, todos los tratantes, corredores y vendedores de la plaza, oficinistas, tenderos o visitantes de otras localidades próximas con sus preocupaciones y secretos…en fin, la gente que se estaba buscando la vida, en torno al café, el periódico y la buena compañía, de manera que en un par de horas se podía conocer con bastante aproximación el pulso del pueblo. Un poquito más tarde podían llegar amas de casa aparcando sus cestas de la compra para tomar un refrigerio y abandonarse al inigualable placer de una charleta aliñada con las mismas prisas de siempre. Finalmente, cerca del mediodía empezaba la hora de los vinos y cervezas, con cambio de tramoya o maquillaje pero con el mismo trato amable, prudente y comedido por parte de Anastasio o Niceto y, en desafortunada ausencia de ellos, de Carmencita y Reme.

El bar tuvo un acceso desde la plaza, hasta que la reforma posterior exigió un acortamiento de las puertas, lo que dio madera y ocasión a Manuel Serrano, cuñado de Anastasio y otra de las primeras personas que me honraron con su aprecio, para que tallara un escudo de mi pueblo que exhibo con cariño.  

Según en qué momento, Casa Anastasio era lonja, foro, tertulia o consigna para mandados y encargos ¡Qué inestimable campo de prácticas para una facultad de sociología…! Si alguien ha dudado del posible maridaje entre estómago y emociones, que pregunte a tantos habituales del centro de Loja: banqueros, funcionarios, comerciantes y gente de plaza, que ahora vagarán desconsolados por los alrededores buscando amparo y refrigerio a sabiendas de que las cosas pueden parecerse, pero no serán las mismas. Para qué hablar de la tarde del Viernes Santo… 

Se siente uno mayor al echar cuenta de los años que lleva incorporada esta casa a sus recuerdos, como el de Anastasio domeñando el huracán que era Paco “el Múo”  o el de Carmen y su cuñada cuidando que las bajeras de la entrada estuvieran como recién echadas y hubiera orden y concierto en la cocina, así como de los ratos distendidos esperando, mientras mi mujer hacía la compra, con mis niños pequeños que hoy son hombres

 No será raro - de hecho, puedo asegurar que ya ha ocurrido- que a la vuelta de algún tiempo, cuando la razón nos abandone o la imaginación perdida se apodere del timón de nuestras mentes, volvamos a vivir un rato de paz y sosiego entre las paredes de esa casa, que debe guardar tantas historias de Loja, en compañía amigable con los que hicieron de ella la reserva emotiva de varias generaciones.

1 comentario:

  1. Descubrí Casa Anastasio gracias a mis amigos lojeños que cariñosamente en más de una ocasión allí me invitaron a un buenísimo café con leche y a una exquisita tostada de mantequilla hecha con un bollito de miel, creo que era, que quitaba el sentido. Aparte de la cuestión gastronómica, que también, guardo un gratísimo recuerdo del cálido ambiente que en Casa Anastasio se respiraba. Eras rápida y eficazmente atendido, se podía conversar en paz, relajado y se te quitaba la prisa como por arte de magia. ¡Qué penica me dió cuando me enteré que había cerrado!

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