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viernes, noviembre 13, 2015

Si tuviese buen señor.

 


Magníficamente explicado por el lojeño estudioso de la historia, Antonio Bautista, he tenido el privilegio de visitar con un grupo de amigos, la iglesia de S. Jerónimo de Granada, lugar en el que reposan, tras algún traslado y posibles expolios, los restos de D. Gonzalo Fernández de Córdoba, de cuyo fallecimiento en Loja se cumplirán 500 años el próximo 2 de diciembre.

Sin pretender entrar en un relato que correspondería a los historiadores, conviene recordar que participó de forma activa en las tomas de Álora, Setenil, Antequera, Loja, Huétor-Tájar, Íllora, Montefrío…y por supuesto, Granada. O sea, el final de la reconquista como aprendizaje que le sirve para, años después, poner media Italia bajo el mando de su rey, ganando batallas imposibles en inferioridad de fuerzas pero con una inteligencia y sentido táctico desconocidos hasta entonces. Por algo su teoría militar ha sido modelo estratégico imitado hasta la llegada de las armas automáticas.  El apelativo de “Gran Capitán” se lo ganó dando ejemplo de valor, lealtad y respeto a sus soldados, mereciendo por ello todos los reconocimientos imaginables, incluso los de sus enemigos y adquiriendo una autoridad que sometió siempre al  servicio de Fernando el Católico. 

Parece que el rey, receloso de los éxitos y de la admiración que le profesaban sus allegados, le devolvió ingratitud y abusos. Y así, con el pretexto humillante de una petición de cuentas que han hecho fortuna en la imaginación popular, más dada a los chismes que a los hechos, lo destituyó de todo cargo después de haber sido virrey de Nápoles. Para el duque de Santángelo, Terranova, Andría, Montalto y Sessa, no debió ser Loja el reposo merecido del héroe, sino el pago desleal de quien le superaba sólo en poder.  Las famosas “cuentas del Gran Capitán”, según los historiadores, están en el archivo de Simancas y son ejemplo de claridad y detalle, pero cinco siglos después, sin embargo, es más fácil haber oído hablar de ellas poniendo en duda la honradez de D. Gonzalo, que de la gesta de Ceriñola o de sus negociaciones con Boabdil. De esta manera, el reino perdió al gran estratega y al diplomático que seguramente posibilitó la entrada en Granada sin necesidad de acciones destructivas.

¿Les suena esta historia? Está claro que no hemos acabado con la guerra ni vamos a poder hacerlo con la envidia que, por cierto, se ha modernizado. Por dar alguna pista, hoy nacería con apariencia de rumor inocente en una red social, mientras el instigador participaría en coloquios enseñando a luchar contra ella.    

Así que, cuando escuchaba al amigo historiador, no pude por menos de recordar el verso del Cantar de Mío Cid: “Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor”. Cierto que la voz “vasallo” puede tener hoy un sentido humillante, pero no me digan que la frase no parece escrita, también por esta vez, a medida.

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