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lunes, febrero 12, 2018

Sin esperanza

Haga algo, presidente, pero que sea digno, eficaz y pronto, que el asunto no admite mucha demora. Aunque yo lo diga sin esperanza, hágalo.  No estoy ante la tercera parte de una parodia comenzada en columnas anteriores, sino en algo más serio y en lo que están en juego cosas importantes. Admito que mi atrevimiento tenga algo de brindis al sol, como el desafío de la hormiga cuando increpa al elefante sabiendo que no ha de oírla, pero quiero permitirme el desahogo verbal incluido en el mínimo sentido de la dignidad. 

Los acontecimientos de los últimos días no han hecho sino confirmar la sospecha casi generalizada de la proximidad establecida entre el negocio y el poder, de la pérdida de autoridad que ello supone y del riesgo de contagio por indecencia cómplice que envuelve a todos si no sentimos la imperiosa necesidad de la protesta. Está de más la hemeroteca de los últimos meses - llueve sobre mojado - aunque añade claridad a la sospecha. 

¿Cómo pueden emprenderse medidas contra la corrupción sin un ejercicio de sinceridad que asuma lo evidente? ¿Habrá de proclamar un niño en la calle que el emperador va desnudo para que se tenga por cierto?  La historia no ofrece ahora, por fortuna, oportunidades para demostrar el valor con actos heroicos que pongan en cuestión la integridad, pero algún ejemplo habrá, y si no, es hora de ponerlo en práctica, que demuestre el patriotismo dando un simple paso al lado, asumiendo responsabilidades y cortando por lo sano, término quirúrgico que implica el sacrificio de alguna parte, quizás no contaminada, pero cuya dudosa permanencia arriesga la integridad de todo el organismo.      

Sobra decir que el último medio año lleva el país en un atasco que ha sido calificado como el momento más delicado de nuestra ya menos joven democracia. Será cierto pero, desde el contado sentido común que a uno le resta y el desasosiego que provoca la sospecha, creo que las noticias sobre corrupción en nuestra patria son una amenaza mayor y más grave que el separatismo. Siendo muy triste que esta vieja y querida nación pueda romperse por la insolidaria estupidez de unos pocos, lo es más que, unida con la amalgama que sea, pase otra página de la historia con este indigno lastre. 

Conviértase con el ejemplo en abanderado de la consigna que se impone a otros, con tanta frecuencia como oportunidad, a saber, que las urnas no absuelven a nadie porque la separación de poderes deja esa función a la justicia. Hágalo por dos cosas que debería amar: España y su partido, proeza que sería digna de colocarlo en nuestra lista de patriotas históricos. Lo pido deseando que sigan su camino tantos y tantas –que en esto no reconozco diferencias de sexo- que presiden, dirigen o controlan cualquier institución desde la obtusa mediocridad que les hace creerse imprescindibles, negados a la evidencia de ser el propio problema.  

Se lo pido, presidente, con todo respeto, pero sin esperanza.

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