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sábado, abril 13, 2019

Lucky corto

Fiel a su estilo de silencioso observador, hizo el último mutis para marchar con el menor ruido posible casi a finales del año pasado. A lo largo de un tiempo divirtió a los lectores de El Corto de Loja con relatos cotidianos llenos de imaginación e ingenio, cuya lectura destila una intención inequívoca de reírse de su propia sombra sin hacer daño a nadie. 

Tratando de evitar el homenaje fácil, mucho menos póstumo, debo reconocer al admirado columnista que supo hacernos reflexionar desde el humor fino, directo y respetuoso en cada entrega de su “Adónde vamos a llegar!”. Hace pocos días lanzaba Manolo Martín la idea de que se editara una recopilación de estos escritos, cosa que aplaudo añadiendo que su lectura sigue provocando hoy la hilaridad del lector y goza, en algún caso, de parecida actualidad. 


Aunque coincida con el viento que sopla en la hora triste de las alabanzas, transcribo aquí una carta abierta que le envié al periódico con fecha de octubre de 1998, hace algo más de 20 años.  

Admirado Lucky Corto:


Han pasado varios meses desde que Vd. se despidió de las páginas de este periódico con un sencillo “estoy jubilado”, que a mí me pareció, se lo confieso, una más de las ocurrencias a  las que tiene acostumbrados a los lectores de su “Adónde vamos a llegar...”, seguramente muy numerosos en Loja.

Como siguen saliendo números y mantiene su pluma en dique seco, me he tomado la libertad de dirigirle esta carta abierta, en nombre propio, y a lo mejor coincidiendo con muchos, para pedirle que vuelva a las páginas graciosas y gratuitas del Corto de Loja, aunque sea de forma intermitente, sin los agobios de cumplir un compromiso, como un regalo que hace a sus lectores cada vez que la esponja de su ingenio necesite un poco de alivio, con la total seguridad de que hará más llevadera la sequía de imaginación que nos envuelve.

¿Hay derecho a que en este gallinero, en el que los que están en lo alto de la escalera no se bajan de ella ni mientras la arreglan, hay derecho -repito- a que el único que decida autojubilarse sea, precisamente Lucky Corto? Adónde vamos a llegar...! ¿Por la edad? ¿Y no es la edad su mejor aval contra la ignorancia? Conscientes del derroche que supone mandar a la reserva a las mejores cabezas del país, las universidades plantearon retrasar o hacer voluntarias las jubilaciones de los catedráticos. ¿Qué me dice de la cátedra adquirida en sus cientos de kilómetros-barra-interior? Como el diván de un psiquiatra, oiga. Casi como un confesionario, pero sin la sujeción del secreto. Cuando todo eso se acompaña de una forma de explicarlo como la suya, el abandono es un lujo que no debería permitirse El Corto de Loja.

Si pretendía dar un ejemplo a la gente que tiene cargos, ya lo ha conseguido en este tiempo. Ha sido suficiente travesía del desierto y no tiene objeto que siga castigándonos a los incondicionales con el ayuno de sus artículos. No sea Vd. egoísta y comparta con nosotros las confidencias que le ha hecho la vida, adornadas con su propia imaginación, porque si sólo se las cuenta a su Luisa o a cualquier contertulio casual, va a desaprovechar, en perjuicio nuestro, el compromiso que adquirió cuando leímos su primera entrega.

Sea como un guadiana literario y reaparezca alguna vez. Vuelva como esos toreros que no pueden soportar la seguridad de la barrera. Como siempre vuelven las oscuras golondrinas. Quizás con la frente marchita, pero con las ideas frescas...Como las coplas... como las estaciones del tren y como las otras... Vuelva, que somos muchos los que buscaremos un rincón tranquilo y cómodo del sofá para sentirnos, de nuevo, cómplices festivos de sus relatos repitiendo: ¡Adónde vamos a llegar...!  Mientras vuelve, reciba un saludo.  

P.D. Que yo sepa, no volvió a publicar, dejando a muchos con una miel en los labios. Mi primer escrito en Ideal Poniente terminaba con el deseo de hacerlo alguna vez con la gracia de Lucky Corto. Sigo en esa espera, pero recomiendo, mientras tanto, que lo lean. Hay que ser muy inteligente pero, sobre todo buena gente, para escribir como lo hizo Emilio Quintana. 


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