Ha puesto en marcha nuestro ayuntamiento el programa “doce meses, doce metas”, en cuyo folleto se puede leer, entre otras cosas, que está prohibido depositar residuos fuera de los contenedores o en horario no indicado, arrojar colillas encendidas a las papeleras, sacudir alfombras y manteles o regar macetas con vertido al exterior. Tampoco debemos escupir y orinar en la vía pública, realizar pintadas o colocar carteles si no están autorizados. En la página web consistorial aparece una Ordenanza Municipal de Limpieza, Salud Pública y Gestión de Residuos Urbanos, de julio de 2001 y modificada en abril de 2015, con indicaciones parecidas. El artículo 56 se refiere al personal designado para inspecciones, así que no hay razón para que perviva el problema, salvo que alguien no esté cumpliendo con su deber. Llueve sobre mojado.
Todo esto me ha puesto a pensar porque la limpieza es un tema educable, muy relacionado con mi anterior labor profesional -aunque ahora me refiera a la limpieza viaria- y no es la primera vez que sueño desde esta columnilla con un remedio a nuestras suciedades.
Por una vez, aplaudo la iniciativa municipal, a pesar de mi afición por llevar la contraria a los que tienen la desagradable tarea de mandar. Cierto que, al principio, costó trabajo convencer a la gente de la conveniencia de ir todos a una por el bien de la ciudad, pero los resultados están a la vista. Salgo temprano, los días que me deja la lluvia, y observo un panorama que hace meses hubiera sido desconocido: el personal de la limpieza jugando a detectives para descubrir un papel entre los coches aparcados, cero residuos y un viento peregrino que busca en vano las desaparecidas hojas otoñales, entre contenedores limpios que estarán vacíos hasta las ocho de la tarde. El deporte de esquivar cacas de perros en las aceras está tan pasado de moda, que se han empezado a pintar rayuelas porque, en ausencia de materia deslizante y de duchas fortuitas por achiques de macetas, habrá que fomentar la actividad para prevenir pérdidas de agilidad y atención de la ciudadanía.
Ya no hay en la calle embalajes de cartón porque están plegados dentro de sus contenedores; el buzoneo ha caído en desuso por falta de eficacia y ningún columnista aficionado teme encontrar su trabajo por el suelo. Los negocios que usan envases susceptibles de ser abandonados, siguen el modelo de fianza en depósito de los carros del súper, demostrando que la colectividad no tiene por qué pagar la gestión de unos residuos que ellos rentabilizan.
Saludo como todos los días a la persona que barre la calle y me razona que la gente es más disciplinada de lo que creemos cuando se le hace entender, sin necesidad de recurrir a excesivas sanciones. Casi se despide porque va a entrar en una reconversión de plantilla y en breve comenzará a trabajar en la empresa que se encarga de la fianza de envases. Me froto los ojos incrédulo, pero insiste en que ya ocurrió algo parecido cuando se prohibió fumar en espacios cerrados y ahora nos sorprendemos por el resultado. Aquí pasa algo. Me pellizco varias veces y me hago el propósito de cenar menos y más temprano. Decididamente, soy hombre de poca fe.
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